La imagen voyeur

Edward Hopper - Night Windows (1928)

El voyeurismo es un estado mental -perverso se ha dicho muchas veces- por el que la  mirada se convierte en instrumento directo del deseo. El deseo impulsa la vista sobre el objeto, buscando apoderarse a distancia del mismo. Pero, a la vez, la mirada voyeurista se esconde, de modo que el secreto forma parte de su estructura visual. De esta manera la forma del fenómeno aparece articulada por dos acciones contrapuestas, una de avance (hacia el objeto) y otra de retroceso (hacia el escondite).

Por otra parte, si bien la escopofilia es una característica humana que puede considerarse en cierto grado natural, a-histórica, el voyeurismo, supuesta patología como digo de la visión, es por el contrario una construcción intrínsecamente histórica de la que puede decirse que, con todas sus peculiaridades modernas, surge en la era Victoriana. En primer lugar, aparece ligada al concepto de individualidad. La mirada voyeur significa la externalización de un sentimiento y una subjetividad profundamente individuales. No es en principio una mirada social, precisamente porque es íntima, secreta, incluso prohibida. Como tal, se refugia “en el interior”, de la misma manera que busca ocultarse a través de elementos que impidan la visión del cuerpo que genera esa mirada. La mirada voyeur implica una pura interioridad sin cuerpo o con el cuerpo convertido en ojo: los dibujos de Odilon Redon son muy indicativos de esta hipertrofia del ojo tal cómo se da a finales del XIX. Por otro lado, y de forma correspondiente a la propia consolidación de la subjetividad individual primariamente de carácter masculino, la mirada voyeurista es también típicamente masculina: la masculinidad entra dentro de su estructura, aunque tal mirada pueda ser adoptada ocasionalmente por una mujer. Es en este punto que lo que parecía rasgo individual se convierte en social, en la forma de una mirada social, uno de cuyos rasgos es la sensación de individualidad. Lo cual no deja de ser característico de una época, la Victoriana, que, a la vez que vio nacer el voyeurismo como forma social empezó a imponer la estadística como método de investigación que baraja una parecida dialéctica entre lo individual (las encuestas) y lo social (los resultados de las mismas).

(…)

Voyeurismo y escopofilia coinciden en la técnica fotográfica. En la disposición estructural del gesto fotográfico de los inicios se encuentra alegorizada la forma del mirar voyeur: el fotógrafo, oculto bajo un paño negro (pero también oculto tras la propia cámara, es decir, tras la tecnología), contempla un objeto por un agujero, el visor. Es la pasión por la imagen, por lo visual, lo que la técnica fotográfica convierte en voyeurismo a través de la propia estructura tecnológica. Luego, ya sabemos que muchas de estas fotografías se distribuirán también a través de máquinas de visionado, igualmente promocionadoras del voyeurismo: los visores de diapositivas, los peep-shows y, finalmente, en el ámbito pre-cinematográfico, los kinetoscopios. Pero no es necesario que la propia máquina de visión de las fotografías implique un posicionamiento voyeur del observador cuando las contempla a través de ellas. La misma fotografía es, en su esencia estructural, una imagen voyeur. Y cuando la contemplamos nos convertimos en voyeurs porque la fotografía misma nos coloca en esta situación, una situación en la que observamos mientras permanecemos escondidos tras nuestra propia temporalidad, tan ajena a la de la imagen. Nuestra presencia ante la imagen contemplada implica la suplantación de la presencia de la cámara ante lo fotografiado. La cámara desaparece  de la imagen fotográfica precisamente para permitir nuestra posterior presencia ante la misma: el hueco que abre la fotografía hacia nosotros es el hueco de la cámara desaparecida, pero que realmente estaba allí en el momento de la toma. Esta estructura se repetirá en el cine, en la televisión, en el video, convirtiendo a estos medios en formas voyeurs, pero curiosamente desaparecerá con la imagen digital, donde el acto fotográfico se recompone cuando la cámara deja de ser el eje central de la producción de imágenes: la cámara puede estar presente hasta cierto punto (estoy pensando en las imágenes de síntesis, pero también en las formas de lo que se denomina cine directo y que ponen en práctica los VJ o Video-Jockey), aunque luego deja paso a un procedimiento diverso que tiene que ver más con la mente que con el ojo, si bien la estructura general voyeurista permanece, como un fantasma, en la representación final y en la consecuente recepción de la misma. Un ciberespacio como Second Life constituye la culminación de la imagen voyeurista en directo, puesto que en ese mundo virtual el voyeur acaba pudiendo espiarse a sí mismo.

Josep M. Català Domènech – El grado cero de la imagen: formas de la presentación directa

Imagen: Edward Hopper – Night Windows (1928)

Consultar el articulo completo (pdf) pinchando aquí.