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La historia del arte se da, en realidad, como una empresa siempre más conquistadora. Responde a demandas, se convierte en indispensable. Como disciplina universitaria no cesa de hacerse más precisa y de producir nuevas informaciones: gracias a ellas ganamos, claro está, en saber. En cuanto que instancia de organización de los museos y de las exposiciones de arte, no cesa igualmente de ver más en grande: pone en escena gigantescos conjuntos de objetos y, gracias a ella, ganamos en espectáculo. En fin, la historia se convierte en el engranaje esencial y en el aval de un mercado del arte que no cesa, él también, de sobrepujarse: gracias a ella se gana también en dinero. Pero parece que las tres gracias o las tres ganancias en cuestión hayan llegado a ser tan valiosas para la burguesía contemporánea como la salud misma. ¿Debemos extrañarnos, entonces, de ver al historiador de arte adoptar los rasgos de un médico especialista que se dirige a su enfermo con la autoridad de derecho de un sujeto supuestamente sabelotodo en materia de arte?

Sí, hay que extrañarse (…) interrogar acerca del tono de certeza que reina tan a menudo en la bella disciplina de la historia del arte. Debería resultar evidente que el elemento de la historia, su fragilidad inherente frente a todo procedimiento de verificación, su carácter extremadamente lagunoso, en particular en el campo de los objetos figurativos fabricados por el hombre, resulta evidente que todo esto debería incitar a una mayor modesta. El historiador sólo es, en todos los sentidos de término, el fictor, es decir, el modelador, el artesano, el autor e inventor del pasado que da a leer.

(…)

Los libros de historia del arte saben, sin embargo, darnos la impresión de un objeto verdaderamente captado y reconocido bajo todas sus caras, como de un pasado elucidado sin resto. Todo en él parece visible, discernido. Fuera el principio de incertidumbre. Todo lo visible parece leído, descifrado según la semiología asegurada – apodíctica- de un diagnostico médico. Y todo ello hace, dicen, una ciencia, una ciencia fundada, en última instancia, sobre la certeza de que la representación funciona unitariamente, de que es un espejo exacto o un cristal transparente y de que, en el nivel inmediato (“natural”), o bien en el transcendental (“simbólico”), habrá sabido traducir todos los conceptos en imágenes, todas las imágenes en conceptos.

Georges Didi-Huberman – Ante la imagen. Pregunta formulada a los fines de una historia del arte (CENDEAC, 2010)

Imagen: March 16, 1915. «Operating Room, Washington Asylum Hospital.»